Hola y bienvenidos. En esta ocasión Explora Natura te trae un cuento para leer con los peques de la casa. Disfruta de esta lectura en familia y #quedateencasa.
Felipito, el conejo que olía a helado de vainilla
El día anterior, la lluvia había caído con fuerza por los campos de la Tosquilla. Poco a poco, se habían ido formando pequeños riachuelos que lo iban inundando todo. Mamá conejo, se dio prisa para intentar salvar a todos sus pequeñines, pero, cuando aun le faltaba uno por recoger, el más pequeño de todos, su pequeñín, el agua le impidió llegar hasta la madriguera, y muy triste, se tuvo que marchar.
Aquel pequeño conejo, el más pequeño de todos, era valiente y osado, y sin dejar de nadar y nadar, llegó hasta donde el agua había perdido fuerza y logró ponerse a salvo.
Con apenas unos días de vida, estaba solo y mojado. Se sentía tan cansado que acabó por quedarse dormido dentro de un viejo guante que encontró tirado. Aunque echaba de menos a su mamá, a sus hermanitos, aquel huequecito de suave lana le reconfortaba y le daba calor y poco a poco, se durmió.
A veces, cuando los niños y los animalitos son buenos de corazón, las hadas se encariñan con ellos. Los ayudan y acompañan durante toda su vida. Y, en aquella ocasión, la más buena de todas las hadas, se compadeció del pequeño, cobijado en el viejo guante y lo tomó entre sus calidad manos.
A la mañana siguiente, asustado y con un hambre enorme, despertó nuestro valiente conejito. Al verle asomando su hociquillo por la manga del guante, el hada se acercó.
-No te preocupes chiquitín, que yo estoy a tu lado. Para empezar, hay que buscarte un nombre -y haciéndole cosquillas entre sus grandotas orejas, le dijo –te llamarás Felipito –
Y él, moviendo su naricilla, como sólo los conejos lo saben hacer, le sonrió.
-¿Tienes hambre? –Le preguntó el hada, y él, estiró sus grandes orejotas y se puso sobre sus patas traseras –Veo que sí, dijo sonriendo la mágica señora –te daré algo que sin duda te gustará. Un poco de leche, con yema de huevo y toque de vainilla.
Felipito, empezó a comer y a comer, ¡Le gustaba tanto!
Y poco a poco, ese olor a helado de vainilla se le fue impregnando en el pelo de su diminuto cuerpecillo. Cada día, después de tomar su rica comida, salía al jardín y se perdía entre las flores. Sobre todo, le gustaba pasear entre un gran ramillete de margaritas amarillas, pues, por su altura, le hacían cosquillitas en sus grandes orejotas. Jugaba con ellas, las mordisqueaba y, cuando se sentía ya cansado, cortaba una con sus blancos dientecillos y prendida de su boca, se la llevaba, dando saltitos, a su querida hada.
A ella, se le enternecía la mirada cuando lo veía aparecer ¡era tan gracioso verlo dando saltos con la florecilla en la boca!
Después de la cena, se acercaba al hada buena, se sentaba a su lado y se limpiaba las patitas y la cara hasta que estaba listo para irse a dormir.
Era de suave pelo gris, parecía un plumón de negros ojos como brillantes granos de café y unas largas orejas que alzaba cuando estaba contento. Con el tiempo, Felipito creció y se hizo muy apuesto, acompañado siempre de ese característico olor a helado de vainilla.
Un día, se acercó al hada, su querida hada buena, y le dijo que había llegado la hora de marcharse. Tenía la misión de decirle a todos los niños y conejitos que las hadas existen y que siempre están cuando se les necesitan. El hada, se puso triste por su marcha, pero también contenta porque sabía que Felipito tenía un gran corazón y había nacido para ayudar a los demás. Entonces, lanzándole un beso, se despidió de él.
-Adiós Felipito, el conejo que jugaba con las margaritas y huele a helado de vainilla –Él, sentado sobre sus patas traseras, hizo una mueca a la vez que giraba su cabeza, movió el labio, como sólo los conejos saben hacerlo, guiñó uno de sus negros ojos y dando un salto, se marchó entre las margaritas amarillas del jardín.
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