Las Aventuras de Andresín LOS DESAYUNOS

Era lunes y además había amanecido nublado. –Empezamos bien la semana – pensó don Antonio. Dos sorbos al café y se encaminó hacia el ayuntamiento. Para colmo, el lunes se iba a torcer algo más, pues nada más entrar se encontraría con Andresín pasando lista como cada mañana. –¡Qué cruz –

Lo que peor llevaba, lo que le encorajaba de manera sublime, y que además tenía que disimular, cosa que le fastidiaba aun más, era que al pasar junto al muchacho, le iba a preguntar por su nombre y puesto de trabajo en el ayuntamiento. -¡Cómo si no lo supiera! – pensó don Antonio. –Todo el mundo sabe quién soy y además fui yo quien le dio trabajo -.

Estaba claro que desde hacía algún tiempo, los lunes no eran los mejores días de la semana para él. Menos mal que a lo largo de la semana se iba acostumbrando a aquella preguntona voz de tángana y se relajaba conforme pasaban los días. Quizás por acercarse de nuevo al fin de semana que tenía como recompensa perder de vista, por dos días completos, al hijo de la Tomasa.

Volvió la última esquina para encarar el ayuntamiento y allí estaba su glotona pesadilla pasando lista en su libreta de anillas.

-¡Fuuu! – sopló, tomó aire y se acercó al muchacho. –Buenos días Andr – no le dio tiempo a terminar el saludo cuando, como si de una metralleta se tratara le preguntó:

-Nombre y puesto de trabajo – y mirando su reloj, apuntó la hora.

-Andrés, cuantas veces te lo voy a tener que decir. Sabes de sobra quien soy – El tono de voz del alcalde subía a la par que enrojecía.

-Pero es que se lo tengo que preguntar a todos, es mi trabajo –

Del rojo iracundo, había pasado en un periquete al azul incrédulo y de éste al blanco de derrota. Don Antonio no podía con aquel chaval.

-Soy don Antonio, el alcalde. Apuntalo bien –

-Pierda cuidado Don Antonio, sólo tengo que poner una equis, su nombre y su cargo ya lo apunté antes cuando le vi llegar –

De nuevo el rojo acudió a la cara del señor alcalde y con un giro de tacón, dio media vuelta y se fue al despacho. Afligido, sin poder concentrarse, no paraba de pensar en Andresín. Parecía tonto y daba la sensación de que le tomaba el pelo a todos. Si no fuera porque de sobra conocía su bajo nivel intelectual… aunque sólo de pensarlo, susto le daba.

Después de una hora, con la mirada perdida, y la cara redonda de aquel glotón en su cabeza, decidió despejarse yendo a tomar un café. Al llegar a la puerta, allí estaba él. Con aquel traje que le estaba chico y aquella camisa blanca de cuellos rozados con el botón que le caía a la altura de la barriga desabrochado. –Pobre botón – pensó, no va a estar desabrochado, y un atisbo de sonrisa se dibujó en su cara. Sonrisa que se borró al oír aquella voz de tángana que le preguntaba:

-Qué don Antonio, ¿vamos a desayunar? –

-¿Vamos? Preguntó con cierto miedo.

-Ja, ja, ja –Soltó una escandalosa carcajada. –Es una forma de hablar don Antonio. Yo desayuno en mi casa. Mi madre no me deja venir al trabajo sin haber llenado la panza porque dice que entre ir y venir se pierde mucho tiempo y que a mí me pagan para trabajar.

Aquel chaval, no dejaba de sorprenderle. Con su tontura infinita sería capaz de hasta llevar bien el consistorio. Así que, evitando continuar la conversación se despidió.

Esa mañana, quizás debido a las palabras tenidas con Andresín, se apresuró para volver a su despacho y en algo menos de veinte minutos estaba de vuelta.

-Don Antonio, nombre y cargo –

-Me vas a enterrar Andresín. Don Antonio, soy el alcalde y mirando de reojo al cielo, suspiró y continuó caminando.

-Por cierto don Antonio, quería hacerle una propuesta, si tiene tiempo –

Casi temblando, a saber que se le había ocurrido ahora, se volvió hacia él. –Dime Andrés, dime –

-Verá usted, en el tiempo que llevo trabajando de sustituto, no ha faltado nadie a su quehacer diario. No he hecho más que pasar lista a la entrada y nada más. Creo que debería sustituir también al personal cuando va a desayunar, pues su trabajo se queda sin hacer –

-Es lo que me quedaba por oír esta mañana. esa cabeza pensante tuya no trama más que tonterías. No ves que durante el desayuno están disfrutando de su tiempo  de descanso. Así lo marca la ley. No es necesario que sean sustituidos. ¡Faltaría más!

-Don Antonio, si no me refiero a ese desayuno. Me refiero al resto de desayunos –

-A ver, a ver –le interrumpió el alcalde –aclárate que no se por donde me vas a salir. ¿Qué es eso del resto de desayunos? –

-Verá don Antonio, como aquí todos piensan que Andresín es simple, cada vez que salen por la puerta me dicen que van a desayunar. Aunque sean las una del medio día y ya hayan salido antes. Yo, que soy simple pero no tonto, les pongo una cruz cada vez que se ausentan y hay días que mi cuaderno se parece más a una cementerio que a una libreta de apuntar –

-A ver, trae para acá – Don Antonio, algo intrigado, pensaba que el chaval estaría exagerando, pero sabiendo lo cansino que podía ser, ya que lo sufría él mismo en sus carnes cada vez que entraba o salía, decidió echarle un vistazo por si acaso. -¡Madre de Dios! Esto no te lo estarás inventando ¿no¿ –

-Verá don Antonio, es que usted, como está en su despacho encerrado, no se entera de nada. Ayer mismo, como cada día, doña Marina salió sobre las doce y media a pasear al doberman de su marido –

-Te equivocas Andrés, mi secretaria no tiene perro –

-No, si el doberman es su marido ¿acaso no le ha visto la cara? –

-¡Andrés, sin faltar! –

-Si no es faltar, yo soy Andresín el simple y él es José Manuel el doberman. Y como le estaba diciendo, cuando el termina el turno en la fábrica de velas, ella se escapa para ir a tomar el vermouth al bar de la plaza –

El alcalde empezaba a atar hilos mientras movía la cabeza con la mirada clavada en la libreta.

-O don Agustín, el interventor –continuó Andresín –que desayuna todos los días tres veces. La primera a las diez, que es la que le corresponde. De once a once y media, desayuna otra vez, pero en realidad se va a andar con su mujer que por lo visto tienen los dos el colesterol alto. Y luego, sobre las una, vuelve a salir a desayunar. Se va con don Jacinto, el boticario y un par de pensionistas a la taberna de los Cuatro Vientos. Allí echan la partida de dominó mientras se aprieta un par de copas de fino con un plato de chorizo que le viene muy bien para su colesterol –

-¿Lo que me estás contando es verdad? Y si tú estás aquí ¿Cómo sabes todos esos cotilleos? ¿También faltas tú al trabajo? –preguntó el alcalde.

-Pero don Antonio, ¿usted se cree que esto lo han empezado a hacer el día que yo entré a trabajar aquí? Lo llevan haciendo toda la vida y lo sabe todo el pueblo. Menos usted, claro está –Dijo esbozando una sonrisa de medio lado. –Pero el colmo es el viernes, como hoy, a las dos y cuarto, cuando el ayuntamiento sufre una gran espantada y todos los de obras, padrón y electricistas, dan por terminada la jornada y empiezan el fin de semana en el bar de Lucas, frente al mismo ayuntamiento. Es más, a esa hora, Lucas, ya tiene echadas las cañas de cerveza para que no pierdan tiempo y se beban al menos cuatro cada uno. Hasta que dan las tres menos diez que vuelven a entrar al ayuntamiento para que usted los vea. Por eso digo, que debería sustituirlos mientras están desayunando –

-Tú no te mueves de la puerta –cortó en seco don Antonio –sólo me faltas tú sustituyendo a estos listos para que el ayuntamiento se vaya a pique. Lo que no me explico es como funciona esta casa después de lo que me has contado. Pero vamos, que a estos se les va a acabar la tontería hoy mismo.

Ese día, el alcalde se sentó junto a la ventana de su despacho y por una rendija de las cortinas, pudo comprobar como algo antes de las tres del medio día, un grupo de funcionarios del ayuntamiento que él presidía, entraba en la casa consistorial para salir con el resto de trabajadores.

Poco a poco, vio marchar a todo el mundo, incluido a Andresín, que con sus ahogadas carnes, marchaba el último mientras devoraba una bolsa de patatas. –Claro, el pobre lleva sin comer desde las ocho, con lo glotón que es –pensó. –Hay que ver, que siendo más simple que el mecanismo de un chupete, va a conseguir que en esta casa todo el mundo sea puntual y cumpla con sus obligaciones. Vamos, es que le tendría que contratar como secretario –

En ese momento, Andresín paró en seco, giró su cabeza dirigiendo la mirada hacia la ventana de don Antonio y, como si supiera o intuyera que le estaba observando, le guiñó un ojo.

Don Antonio palideció -¿Este tío no tendrá poderes!

Esperamos que hayas disfrutado de las aventuras de Andresín, próximamente más.