Bienvenidos una vez más. Explora Natura hoy te trae una nueva historia del peculiar personaje Andresín. Acompañanos en esta nueva aventura y #quedateencasa con las aventuras de Andresín.
La cigüeña
La calle Azucena era la típica de pueblo, con vecinos muy educados que se saludaban cada mañana y bueno, también algo cotillas. Entre sus cien casas, la mayoría eran de vecinos en las que vivían familias que se consideraban casi como hermanos. Cuando ocurría un problema, todos estaban al tanto y todos intentaban ayudar. A veces sólo por el hecho de enterarse bien sobre la naturaleza del problema más que por otra cosa.
Andresín, nació y vivió en el número 7, en el bajo de una casa de vecinos donde nadie osaba dejar abierta la puerta de la calle.
No era desconocida la hambrienta personalidad de aquel chaval y peligraban sin duda alguna los recursos alimenticios de la familia si el chico llegaba a entrar. A parte de eso, era querido por todos porque siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás, sobre todo si había en juego y como premio, alguna galleta de esas que llaman perrunas.
Por aquellos días, en la casa de doña Juana, la mayor de sus hijas, la Juani, estaba a punto de ser visitada por la cigüeña. Aquel hecho era algo que a Andresín siempre le tenía algo mosca. De toda la vida había tenido más contacto con los chicos jóvenes que con los muchachos de su edad, y como tal había sido tratado. Los niños se convertían en adolescentes y él retrocedía a la generación anterior.
Por lo tanto, la historia de la cigüeña cada vez que alguna chica iba a dar a luz, era lo cotidiano en su infantil vida. Su madre, la Tomasa, prefería que así fuera pues el tema de la procedencia de los bebés era algo que le tenía que haber explicado su padre y como ahora faltaba, le resultaba incómodo.
Así que embarazo tras embarazo en aquella concurrida calle, le era achacado a la cigüeña y Andresín se convertía en el mayor de los vigilantes ornitológicos de la zona. Había que encontrar el ave fuera como fuera.
–Y madre, ¿qué viene, de día o de noche?
–¡Ayyyy! Qué animalito eres hijo, ¿Acaso te crees que la cigüeña es un búho? Las cigüeñas sólo vuelan por el día.
La mirada con la cabeza torcida y la correspondiente mueca del joven, exigían una explicación para la inminente pregunta: –Y entonces –preguntó Andresín –¿por qué me dijisteis el mes pasado que la cigüeña se había colado por la ventana de la habitación de la Marimar?
–Hijo, porque las cigüeñas no llaman a la puerta, tendrán que entrar por donde esté abierto, y en lo de la Marimar estaba la ventana.
–Muy bien, pero cuando yo llegué al corrillo de cotillas que teníais montado, dijisteis que rompió lo que sea del agua a la una y que el niño nació a las cuatro de la madrugada. O se había perdido o era un búho, tú me dirás.
La Tomasa era una mujer que sabía bien desviar la atención de su hijo cuando preguntaba algo que a ella no le era fácil responder, pero el tema de la procedencia de los niños le resultaba incómodo y hasta la voz se le entrecortaba.
–Pu… pu… pu…
–Madre deje de puar que parece usted una abubilla.
–¡Más respeto a tu madre, Andrés Pérez! –le protestó enojada. En parte porque no sabía que contestar a su pregunta.
–Es que cuando usted se pone nerviosa comienza a tartamudear y yo no sé por qué se tiene que poner nerviosa, sólo le he preguntado que como un pájaro que vuela de día, llegó por la madrugada. Sólo eso.
–Pues Andrés, seguramente llegó de día y no se darían cuenta de dónde dejó al niño hasta esa hora de la noche. Yo no lo sé, no estaba allí.
–Pero… –dudó el joven –¿la cigüeña no avisa que ha dejado al niño? Pues anda que si se mea encima. Pobre chico. Debería cantar o piar para que lo supieran ¿no?
–¡Andrés! ¡Qué me estás poniendo de los nervios! Seguro que avisó y no se enteraron.
–¡Ya! Dijo poco convencido –y entonces como saben que rompió lo que sea que tenía agua a la una? Si entró a las una, ¿cómo no vieron al niño hasta las cuatro? Yo creo que lo de la cigüeña es para los que nacen de día, pero los de por la noche los traerá un búho.
–¡Andrés! Tú has oído alguna vez hablar de que un búho traiga a los niños. Si los trajera lo habría visto alguien. Por ejemplo, el sereno que está toda la noche despierto.
–No me vale. Don Osorio cuando se pone el traje de sereno, hace ya dos horas que dejó de estarlo. Ese no se fija, se lo aseguro madre.
–Bueno, los carreros, esos no beben. Además –cortó la Tomasa –no sé por qué me pongo a tu altura hablando de pegos. Los niños los trae la cigüeña.
–¡Inchi!
–A mí no me digas “inchi” como si estuviera diciendo tonterías ¡eh! Que me quito la zapatilla y te la estrello en ese culo que tienes. ¡Sinvergüenza!
-Bueno madre, para usted la perra gorda. ¿Sabe qué le digo? Que me voy a poner a vigilar la casa hasta que llegue la cigüeña, y como venga un búho, se va a enterar de que yo tenía razón.
La Tomasa cerró los ojos, alzó la cabeza al cielo y pensó que no tenía arreglo. Total, para no ver ni el búho ni la cigüeña. Pero tenía su cosa buena, mientras estuviera vigilando las ventanas, no estaría tramando otra de las suyas o atracando el frigorífico de cualquier vecino despistado.
Dicho esto, y habiendo oído que el bebé nacería ese mismo día, cogió una talega de tela de las que usaba su madre para ir a por pan y se avitualló.
–Una cuña de queso “curao”, de ese que pica, barra y media de pan, ocho chorizos, una morcillita achorizada y una barra de salchichón. Con esto y dos litros de zumo voy “aviao”. Así no me tengo que mover más que para ir al retrete.
Y con esa bolsa casi a punto de reventar´, se sentó bajo la ventana de la Juani.
Poco a poco fue pasando la mañana, aburrida si no fuera por aquellas suculentas viandas y la cigüeña sin aparecer.
Cada vez que la Tomasa pasaba junto a la ventana de la cocina, veía a su retoño con la cabeza clavada en la casa de la Juani y sin parar de masticar.
–¡Qué cruz! –exclamaba y, moviendo su cabeza de un lado a otro, continuaba con su quehacer.
Estaba a punto de dar el mediodía cuando Andresín comenzó a mover las piernas haciendo chocar las rodillas. Al principio, era algo pausado, pero al cabo de un rato el movimiento se tornó excesivamente exagerado. Andresín se estaba orinando.
–Jolín, –se dijo –ahora me estoy haciendo pis. Seguro que como vaya al retrete se cuela la cigüeña.
Y el pobre chaval comenzó una terrible guerra contra la naturaleza. Al principio trató de concentrarse en la llegada del niño por el aire, pero sus ojos no paraban de mirar de reojo a sus rodillas que habían comenzado una danza que no parecía tener arreglo.
Así que cogió un trozo de queso que estaba guardando para compartir con la cigüeña y comenzó a dar cuenta de él. Aquello parecía funcionar. Sus piernas seguían con su baile pero él parecía haber perdido las ganas de hacer el pis. Así que dentelleando aquel trozo de queso, continuó con la vigilancia del cuarto de la vecina.
–La trinco seguro –se dijo esgrimiendo media sonrisa a la par que se empujaba un nuevo trozo de queso apoltronado sobre un canto de pan.
Pero como muchas veces ocurre, la felicidad no es constante y cuando hasta parecía haber disminuido el movimiento de sus piernas, Concha, la vecina del bajo, abrió el grifo de la pila para fregar los calzones de su marido que siempre regresaba a casa con un dedo de grasa. El buen hombre era mecánico de tractores y ella prefería darles un buen restregón a mano con el jabón de sosa que fabricaba con el aceite frito sobrante. ¡Era de lo mejor!
Y mientras aquel chorro golpeaba alegre contra la base de la pila, el tormento de Andresín volvía a aparecer enfurecido. Entonces, el vaivén de rodillas del joven comenzó a tornarse violento. Tan violento que con la mano en aquella parte de sus partes, salió disparado hacia el retrete. Por más deprisa que quería acabar, más pis salía, culpa sin duda del gran rato que llevaba aguantando.
Si rápido fue, más veloz volvió. Su madre que no había perdido detalle de la situación vivida por su hijo, respiró aliviada pues en esa breve ausencia vio la luz que le ayudaría con el tema de la cigüeña. Nada más regresar Andresín, y poniendo cara de pena, le dijo : –Hay que ver que injusta es a veces la vida, hijo mío. Para un momento que te ausentas llega la cigüeña y no la has podido ver.
–Pero madre –dijo el chico con los ojos abiertos de par en par y una evidente expresión de decepción –¿por qué no le ha dicho que se esperara? Sólo era un pis.
–Verás Andrés, ¿tú crees que con la de niños que tiene que repartir el pobre pájaro se va a esperar a que tú termines del baño? A saber lo que ibas a tardar.
–¡Jolines madre! Ahora quien sabe cuándo vuelve a traer otro niño a esta casa. Bueno –se resignó el muchacho –Y ¿qué ha sido, niño o niña?
–¿Cómo quieres que lo sepa Andrés?, si no me he movido de la cocina.
–¿Entonces como sabe que ha venido la cigüeña? Desde la cocina no se ve la ventana de la Juani.
La Tomasa soplaba y resoplaba. Aquel hijo suyo no paraba de preguntar sobre un tema que le ponía muy nerviosa.
Constantemente tenía que estar pendiente de que contestar para no meter la pata. -¿Acaso no escuchaste
el aleteo? Yo, que sí lo oí, me asomé a la puerta y vi cómo se marchaba volando.
–¡Cachis en la mar! –protestó el chico haciendo tocar las palmas de las manos –Bueno, me voy a apurar el trozo de queso que me queda y me acerco a ver al niño.
–Muy bien hijo, mu… –no había terminado de decir lo que estaba pensando cuando se dio cuenta de que Andresín no podía ir a ver al niño porque éste aún no había nacido. –Creo que ahora no es buen momento, la madre estará muy cansada y dolorida, mejor la semana que viene te acercas a verlo. Y le llevamos de paso un bizcocho de galleta.
–Ummm, ¡qué rico! –exclamó relamiéndose –Y digo yo madre, ¿la Juani por qué está cansada y dolorida?¿Acaso hay que pelear contra la cigüeña para quitarle el niño?
La Tomasa volvió a resoplar y sin saber que contestar en esta ocasión se volvió hacia su hijo que estaba plantado frente a la puerta del patio.
–Pues imagine madre si en vez de por el día, llega por la noche y se tiene que pelear con el búho. ¿Usted ha visto las garras que tienen? Después de todo ha tenido suerte.
La Tomasa cerró los ojos.
–Bueno, la próxima vez no se escapa aunque me lo tenga que hacer encima. Madre, ¿qué decía usted de un bizcocho?
Sigue las aventuras de Andresín que Explora Natura trae cada día para ti.
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